UN POQUITO DE TODO
UN POQUITO DE TODO
Namibia esta en época de lluvias, y aunque es un país bastante desértico y seco, este año han caído y caen unos chaparrones de aquellos que solo los más ancianos recuerdan, ellos dicen que hacía más de 20 años que no lo veían. Esto es bueno y malo a la vez: Bueno para poder ver Namibia verde, bueno para los granjeros, pero malo para los miles de kilómetros de carreteras de tierra, donde los turistas tiemblan de terror, en estos inundados caminos me dirigí hacia el oeste, para gozar del rojizo arenoso de las famosas dunas de Sossusvlei, lo hice desde Mariental, un pueblo donde la familia Mlean de S.A. me alojó en Anandi Guest House, y su dueño Johan me cuidó como uno máss. Digo esto porque allí me ocurrió algo maravilloso, fui entrevistado por la prensa local en afrikaans, hasta aquí ninguna novedad, pero cuando Monika la periodista, llegaba con su confusa mirada, y con su suave voz, como diciendo «¿dónde me habré metido?».
Me dijo con toda sinceridad que era nueva en este tipo de trabajo, y todo fue bien, y al atardecer cuando el sol juega al escondite, me llamó para preguntarme si mañana todavía seguiría allí. Le respondí que si, y se presentó con un sobre con un poco de dinero que ella y unas amigas recolectaban para soplar un poco de aire a Gambada, y con su tímida mirada me decía que yo la había inspirado enormemente, me sentí orgulloso, y a la vez sin palabras que ella se mereciera, acabé ofreciéndole una sonrisa con miles de gracias.
Seguí, entre baches y maravillosos verdes paisajes, aunque a veces el barro hiciera que Halima no necesitara caballete para aguantarse de pie, los ríos me obligaban a deshacer el equipaje para pasarlos, aún así, esto no hacía que mi alegría fuera menor.
En Namibia, las distancias son largas, los paisajes extremos y las gentes muy escasas, tanto que en dos días y unas 14 horas de pedaleo solo me crucé con tres coches y un carro, pocos pero muy amables, como la familia Hendricks en Maltahohe, unos Namas que miran al futuro, que sueñan con un mundo mejor y que me aceptaban en su casa, compartiendo sus ambiciones y sonrisas conmigo. Los caminos son duros a veces, están tan llenos de esas ondulaciones que lo único que puedes hacer es apretar los dientes para no morderte la lengua, pero aún así yo continúo feliz (bueno algún taco de vez en cuando). Lluvias torrenciales, que a veces parece que descarguen diminutas ranas, hay cientos de ellas por los caminos, de todo un poco!. Agua, barro, calor, polvo, baches, mariposas, poca gente, muchas ranas y pocas princesas, y es así como llegué a Sossusvlei, agotado, pero admirado por la paleta de colores que mis ojos veían, pero el inesperado elevado precio para acampar, unos 20€, tiñó mis sueños de un espeso color gris.

Para consevar
Evidentemente no pagué, y buscando conseguí alojarme en el suelo de la humilde casa de un trabajador del camping, por el módico precio de una gran sonrisa. Desde allí podía ver esa especial raza de turistas, vestidos todos igual, con cientos de bolsillos, y unas cámaras colgando que parecen mismísimos AK47, disparando a todo… Me sentí aliviado de verlo desde la barrera. En Namibia para mi hay un poco de todo, paisajes para soñar, poca gente pero buenos recuerdos, y dejando atrás ese cielo descaradamente rojo, me dirigí hacia Solitaire, entre la montañas del parque Naukluft, que escondían unas rampas que muchas veces me hicieron poner pie a tierra, y con el sube y baja me pare en Klein-Aub, para compartir un cielo lleno de estrellas con Ken, un canadiense que hace 25 años que pedalea, una bellísima persona, honesta y con la que aprendí mucho.
Al día siguiente pedaleamos juntos una larga jornada, para luego separarnos por la noche, lo echaré de menos. Mientras buscaba cobijo, en mi soledad aparecía, Patrick un bastardo (como así se llaman ellos), que me brindó su casa y su familia antes de llegar a la capital donde ahora me encuentro, Windhoek, civilización, estrés… Refugiado en mi tienda, y dejando que la inmensa luna llena pudiera entrar, me cobijé entre recuerdos, me sentí bien, pero un pequeño vacío de soledad me guiñaba el ojo.
En Namibia, muchas ranas y pocas princesas, aunque aquella noche como si ella lo supiera, Jess me llamaba, su vocecita llenaba toda la compañía esperada y así entre recuerdos, recuperaba las ganas de ser yo ahora el que pudiera ofrecer tanta gratitud, con una sonrisa me dormía abrazado a mi mundo que es Gambada.
Muchas ranas y pocas princesas, ayer tuve la suerte de poder hablar con una…
UN POQUITO DE TODO
SALUD Y BUEN CAMINO, NANDO.